Cuando me enteré del abuso sexual a mis dos hijas a su corta edad sabía técnicamente a lo que me tenía que enfrentar, fue como sacar un manual de procedimientos y seguir paso a paso cada uno de los aspectos que debía cubrir, tener la sangre fría en medio de la conmoción para obtener los datos generales del agresor sin hacerle ningún reclamo pues no quería que me faltara ningún detalle para la denuncia. También sabía que mis hijas necesitaban ayuda profesional pues lo más importante era que ellas estuvieran bien. Así que fui haciendo un check list y todo, todo estaba cubierto pero, ¿y el precio emocional? ¿El costo del dolor, del terror que implicaba el estrés postraumático, de la culpa como padres de no haber estado con ellas para protegerlas y evitar los abusos? Y lo peor, ¿Los golpes contra la pared ante la ironía de la vida al ser no solo una experta profesional sino la mejor de toda una Procuraduría y no darme cuenta en cinco años que mis hijas habían sido víctimas de lo que yo tanto defiendo? . Nosotros supimos inmediatamente que necesitábamos ayuda porque conforme el tiempo ha ido avanzando ha sido como estar en un laberinto que de pronto pareciera no tener salida y la angustia por estar adentro es muy sofocante. Tener los conocimientos técnicos me hizo más resistente al momento de recibir la ayuda, ¿Quién me iba a venir a decir a mí como son las cosas? No iba a ser tan fácil pues soy un hueso duro de roer y aun así seguimos adelante. Mi esposo y yo vimos un reportaje de televisión sobre fundación El Roble y supe que era ahí donde necesitábamos estar, primero fui yo pues necesitaba no solo ayuda terapéutica sino algo de consuelo ya que sentía mucho enojo con Dios y entonces Carmen me recibió, empezó su trabajo conmigo, fue como llegar a casa cansada y necesitaba descansar. Recibí la contención emocional necesaria en momentos de crisis, cuando se detuvo al agresor de mis hijas estaba en puerto seguro, cuando sentía que la culpa me quemaba pude escuchar y entender que la culpa no era mía, que mis hijas no tenían que haber vivido el abuso, que no valía eso de que “Dios sabe porqué hace las cosas" y que al contrario, me estaba preparando para enfrentar todo esto y lo estaba haciendo bien. Mis niñas iban con un terapeuta privado que si bien no es especialista en abuso sexual, sí supo detectar un punto de peligro cuando mi hija mayor estuvo a punto de atentar contra su vida y nos impulsamos a intensificar la atención. Fue entonces que mi esposo y mis hijas también empezaron a recibir atención terapéutica especializada en la Fundación donde nos sentimos acogidos, atendidos profesionalmente con un estilo cálido y humano, donde me han ayudado a quitarme la etiqueta profesional y verme como madre y esposa. Mis hijas se sienten escuchadas con empatía y, aunque llevan algunas sesiones apenas, pues van inciando igual que mi esposo, sentimos que el pozo en el que nos sentimos hundidos, pronto se convertirá en un túnel donde tarde o temprano se verá la luz que indique la salida.
Seguiremos en la atención porque sentimos que estamos en puerto seguro.
Claudia Velázquez 🌻